sábado, 5 de diciembre de 2009

Etiquetas

Repaso las etiquetas de los textos en este blog y, como si una luz se encendiese dentro de mi cabeza, me doy cuenta de que alrededor de ellas, alrededor de cuatro palabras, se articula casi toda mi vida. Cuatro palabras que son:

1) Amor: amor romántico, amor filial, amistad, amor a los animales. El motor que debería mover todo.

2) Arte: creación, ideas, construcción, la mejor expresión, junto con el amor, de todo lo bueno de lo que es capaz el ser humano.

3) Relaciones: inevitables, enriquecedoras, destructivas, reconfortantes, caóticas. Una de las consecuencias de nuestra humanidad.

4) Relatos: millones, historias visibles e invisibles, narrados y no narrados, escritos y no escritos. La vida que pasa y la que no.


Cuatro palabras, sólo cuatro palabras para resumir una vida; para resumir millones de vidas. La nuestra debería ser así de sencilla.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Vida y muerte

Quizá deba morir hoy mismo en lugar de seguir asesinándome un poco cada día.

martes, 1 de diciembre de 2009

Cenizas

Las cosas son casi siempre así: los necios triunfan vestidos de nobles, los egoistas se disfrazan de generosos y ambos se arman hasta los dientes con sus mentiras y complejos. Los que los siguen prefieren vivir en una felicidad falsa a conocer la realidad oscura y pútrida que aquella oculta.

Las cosas son casi siempre así: tú elegirás esa felicidad construida sobre mentiras y, cuando te acuerdes de mi, yo ya me habré ido y no volveré porque habré elegido mi soledad real a la felicidad de artificio. No te culpo por elegir un camino, pero, por favor, no me guardes en tu recuerdo: de las cenizas de una familia siempre termina surgiendo otra. Las cosas son casi siempre así, pero no son así siempre.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Imperfección

La primera vez que R. y S. atravesaron juntos el arco de la puerta de entrada en una aparición pública, el juicio fue unánime: esta vez sí; había llegado la hora de S. Por fin, tras los numerosos tropiezos sentimentales por los que casi todos pasamos, la artista había encontrado esa a la que llaman "la persona adecuada". Al menos, era la impresión que transmitían tanto la sonrisa de la protagonista - aún más luminosa que de costumbre- como la propia figura de su acompañante, de una belleza armoniosa, que parecía brillar desde el interior, sin nada que ver con esas bellezas altivas, desafiantes y en ocasiones arrogantes que casi parecen condenar al que las contempla. La belleza d R. transmitía lo contrario: sosiego, amabilidad, casi una invitación a presentarse, a descubrise y conocer, a compartir.

A pesar de ello, seguramente "los otros" no captaron esta percepción o no comulgaban con ella. El hechizo se desvaneció para los asistentes en cuanto el nuevo invitado se separó de la compañía de su pareja y empezó a actuar como un ente independiente: rápidamente reconoció que su atuendo era en realidad fruto de un acto de empatía hacia su entorno, se dedicaba a hablar de los pequeños y sencillos detalles de la vida diaria con auténtica pasión y mostraba indiferencia o poca curiosidad ante temas de conversación como las últimas tendencias del diseño, la trascendencia del arte moderno en su faceta de impulsor de la reflexión sobre el propio yo o la genialidad conceptual de algunas obras del minimalismo.
¿Cómo una persona que no participaba plenamente de la principal razón -o eso creían ellos- que animaba la existencia de S. era capaz de proporcionarle esa paz que iluminaba su rostro? Se trataba de algo incomprensible para todas esas personas, para las cuales las creaciones de aquella a quien idolatraban resultaban poco menos que una fuente de vida, un continuo tema de debate, una guía de estilo e incluso un oráculo. S., desde su posición de observadora, iba dándose cuenta de cómo las expresiones de las caras que rodeaban a R. mutaban desde la calidez y jovialidad iniciales hasta la extrañeza, la decepción y, en un estado posterior, incluso la envidia y la animadversión. No era algo que le sorprendiese ni le defraudase: había logrado -no con poco esfuerzo- adoptar una postura estoica cuando tenía que moverse en aquellos círculos, una actitud que sus miembros no habían dudado en interpretar como un rasgo cuasimesiánico, casi místico, que les permitía alimentar la leyenda que ellos mismos se habían empeñado en forjar,debido quizás a su propia necesidad de tener a alguien a quien seguir. S. sonreía ineriormente porque, precisamente y por segunda vez en su vida (la primera se dio cuando decidió consagrarse a la expresión artística), se sentía segura de algo y, más importante aún, de alguien.

Lo que, tal vez, "los otros" no alcanzaban a entender era que R. no ejercía la típica función de contrapeso, receptáculo constante de frustraciones, dudas y preocupaciones que parte de los artistas -y de los que se hacen llamar de ese modo, y, en general, de aquellos cuyo ego se encuentra por encima de cierto nivel- buscan tener en su visión particular de lo que debe ser y de cómo debe transcurrir la vida.

S., sin duda alguien atípico dentro de su ámbito, había pasado mucho tiempo haciendo introspección y autocrítica acerca de lo que es lícito (si es que lo es) esperar de una persona, de la imperfección inevitable del ser humano y, como consecuencia, de sus creaciones y de lo enriquecedor que resulta que "la otra persona" siga siendo ella misma, que se siga desarrrollando hasta el menor grado de imperfección posible a la vez que ama y es amado. S. había logrado entender el amor como (también) una forma más de crecimiento del individuo y, en ese sentido, R. era lo más perfecto que podía imaginar (y, dentro de lo lícito que puede ser, esperar): además de resultar sus rasgos - por su belleza singular y por la luz interior y la paz que los alumbraba- hermosos, lo que realmente había llenado el corazón y el alma de S. era, no sólo su extremada sensibilidad, sino su capacidad e innata tendencia para utilizarla -en conjunto con su inteligencia- para el fin de convertirse en un ser humano extraordinario, casi superior en comparación a los que ella solía tratar, víctimas frecuentes de su propia mezquindad. S. podía sentirse feliz: no pensaba que pudiese encontrar a alguien que pudiese llenar e inspirar a sus sentidos externos y a su espíritu más que R.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Una historia imprevisible, cap.I

Aquí os dejo la primera parte de un relato de ficción que he empezado a escribir. Llevo muy poco aún (aunque algo más de lo que vais a leer hoy), pero me pareció curiosa la idea de que lo fueseis leyendo a medida que iba cobrando cuerpo. Lo cierto es que ni siquiera sé si tendrá un final, durará mientras me apetezca alimentar la historia :) Espero que os guste :)


Tal vez, pudiera ser...

Tal vez. Tal vez no.

No; definitivamente, no.

Este tampoco era el lugar apropiado. Había que seguir buscando. Habría que seguir viajando. Por unos momentos, las dudas le habían asaltado al caminar por el puente que cruzaba sobre las vías del tren. Se había detenido durante unos momentos e, incluso, había sentido ese latido paralelo, que tan conocido le resultaba, dentro de él. Finalmente, sin embargo, un impulso totalmente antagónico ahogó al primero y siguió caminando hacia el hotel.

Durante los últimos años, desde que concibió la idea, había logrado engañar a todos los que le rodeaban, aunque, en honor a la verdad, no había resultado demasiado difícil. Si curiosidad natural, su carácter introvertido e individualista, su hábito de caminar durante horas y horas sin un rumbo definido, su búsqueda continua, casi enfermiza, de la novedad; su pasión por la fotografía, su independencia...parecía totalmente normal y consecuente el que, desde hace algún tiempo, aprovechase la más mínima oportunidad para viajar; viajar a cualquier lugar -normalmente una ciudad- de su interés, habitualmente -aunque no siempre- solo; para ciertas cosas como esta, K.era una persona con muy poca paciencia. Además, parecía siempre ilusionado, revitalizado -lo cual, por mor de una siniestra contradicción, era en parte cierto- tanto antes de la partida como tras su regreso, cuando narraba emocionado su experiencia, pasando del dato objetivo a la apreciación más íntima sin solución de continuidad.

Todo, pues, en orden. Todas las piezas encajaban perfectamente de cara al exterior. Nadie había percibido, o eso parecía, la soledad, la angustia, la sensación agónica que le acompañaba durante tantos momentos, no sólo durante los viajes, sino a lo largo del trayecto de la vida. Él, incapaz de mentir, de ocultar sus sentimientos, de mostrar lo que no moraba en su corazón, había hecho en este caso una excepción. Una sola excepción. La única excepción en su vida. La mayor excepción que podía hacerse.

Nadie, absolutamente nadie, podía imaginar que, lo que realmente estaba haciendo K. era buscar un lugar para morir.

lunes, 21 de septiembre de 2009

El vuelo

Iba a ser un vuelo tranquilo, con un aterrizaje suave. R. acumulaba ya una amplia experiencia lanzándose desde aquel precipicio. Tenía bien calculadas las distancias y conocía la velocidad y la dirección del viento a cualquier hora del día y en cualquier época del año, lo que le permitía conocer con sorprendente exactitud el punto exacto donde iba a terminar posándose. No era, pues, ni mucho menos, un novato. Sabía que, tras el primer impulso hacia arriba, Eolo le iría meciendo a medida que descendía, suavemente, como una pluma, hasta llegar a establecer contacto casi horizontal con el suelo arenoso muchas decenas de metros más abajo. "Todo controlado, pues", se dijo a sí mismo, y, tranquilo y decidido a la vez, tomó impulso y saltó hacia arriba.

Todo debía estar controlado, pero no fue así. La gravedad lo atrajo hacia la superficie terrosa con una celeridad cada vez mayor. Su cuerpo pareció hacerse de plomo, Eolo parecía incapaz de compensar la fuerza de la caída y, sobre todo, esta vez el ambiente onírico en el que se sumergía cada vez que volaba no pertenecía a un sueño nacido del inconsciente, a pesar de que su mente flotó en esa atmósfera hasta el último instante. Sólo una cosa era igual -idéntica- al resto de veces anteriores: la dureza y aridez del suelo, que recibió impasible el impacto del cuerpo, destrozado y sin vida sobre su superficie.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Érase que se era...

Érase que se era un hombre desamparado. Un anciano caminando sin rumbo entre la multitud sin rumbo. Érase que se era un rostro suplicante y conmovedor. Unos ojos hundidos en la superficie arrugada de la geografía del dolor. Érase que se era una vida, una historia. Una historia singular que parecía vulgar a los oídos de los demás. Éranse millones de historias singulares vulgares a millones de oídos. Éranse millones de oídos sordos. Éranse millones de ojos ciegos. Éranse millones de besos perdidos, de oportunidades desperdiciadas, de existencias fantasmagóricas, de latidos ahogados. Érase una miríada de sonrisas que no fueron. Éranse un billón de juegos que se perdieron. Éranse que se eran cientos de amores diluidos por una existencia absruda. Éranse tantos sueños desaparecidos...Érase un gris plomizo y dictatorial y éranse millones de colores olvidados. Éranse la soledad y el anonimato. Érase que se era alguna gran ciudad.