jueves, 22 de enero de 2009

El invitado desconocido: una carta metafísica

La mesa está puesta.

La mesa está puesta en el rincón de la habitación; la luz devastadora y solitaria del mediodía llena el rincón que la mesa no llena. La mesa está puesta, vestida con su blanco mantel. La mesa está puesta, con sus platos de porcelana blanca y sus servilletas negras, y con un candelabro sin velas a través del cual las copas colmadas de vino tinto se miran fijamente la una a la otra.

La mesa está puesta. Lleva así desde hace mucho tiempo, esperando tu venida. Esperando que coloques tus manos sobre ella y que dirijas esa mirada tuya de cristal hacia mi rostro turbio. La mesa y yo esperamos. Sabemos que puede que nunca aparezcas y que sigas enviando a otras en representación tuya. Mujeres bellas exterior o interiormente, con sonrisas de marfil, con miradas más profundas que el universo. Mujeres tal vez perfectas en apariencia, con un alma pura o, quizá, con un alma pútrida. Mujeres con un corazón de diamante tan grande como un continente. De gestos elegantes, o tal vez de un rudo encanto. De curvas pronunciadas, de abrazos cálidos, de besos húmedos, de pelo suave que acaricia cuando dejan caer sus cabezas sobre mi hombro. Mujeres de sexo furioso, o de penetraciones tiernas y suaves. Pero mujeres fugaces, al fin y al cabo. Mujeres resplandecientes y fugaces como las estrellas.

Tu rostro sigue siendo una incógnita para mí. Sigue siendo como las perspectivas de un día ocioso al amanecer. Como el primer contacto físico. Como el primer amor. Y como el segundo, el tercero, y todos los que han de seguir. Tu rostro es como el futuro inmediato de un fugitivo huyendo de una multitud que le persigue. Como el origen de la luz al final del túnel en el umbral de la muerte. Tu rostro no se me revelará hasta que alguien, o algo, decida que así debe ser. Y yo lo reconoceré al instante. Sabré que has llegado para quedarte.

¿Sabes? Ya no soy ese alma cándida. Ya no soy ese corazón puro cargado de buenas intenciones. Sigo siendo sincero y transparente porque no sé ser de otra manera. Pero el dolor que llueve sobre mi corazón debe haber oxidado o corrompido una parte de mis emociones, que devuelven lágrimas más fácilmente que cualquier otra cosa. Ya no soy ese alma cándida. Desarrollé, y mucho, mi intuición. O, más bien, mi intuición se desarrolló sola por una sencilla cuestión de supervivencia. Ahora adivino el peligro; Lo veo venir la mayoría de las veces; Normalmente, antes de que esté demasiado cerca como para dañarme. Veo el peligro, lo adivino, pero sigo siendo incapaz de obrar con toda la maldad que podría; realmente, sigo siendo casi incapaz de obrar con maldad. No termino de entender ese concepto. O, mejor dicho, lo entiendo, pero no tiene cabida en mí. Sí, lo entiendo, pero jamás lo comprenderé ni lo asumiré.

La mesa está puesta y te espera. Y yo te espero sin esperarte. Soy, como decía una amiga de sí misma, un nihilista lleno de esperanza. Espero cosas con una esperanza secreta. Secreta por miedo a que algún factor externo la quebrante. La esperanza es un bien valiosísimo y, como tal, nos aferramos a él con todas nuestras fuerzas. Debemos hacerlo así. Al fin y al cabo, dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Si no esperase nada, ¿qué sentido tendría esperar a que la vida terminase? Espero sin esperar a través de la búsqueda, muchas veces de no se sabe qué o quién. Busco a un invitado desconocido: una nueva emoción, un oasis de paz, una idea, una historia que contar; una imagen, una historia dentro de la historia, dentro de mi propia historia, dentro de la imagen que busco. Lo hago dentro de un caos metódico, que sigue ciertas reglas inquebrantables en su desorden. Un caos autónomo y autosuficiente. Un caos que está un poco por encima de la música, que necesita ser creada....¿o será que, acaso, ella existe desde siempre y sólo espera -también ella espera- a que los músicos la descubran?

Tu rostro sigue siendo invisible para mí, y sé que, de aparecer, surgirá desde el interior de ese caos informe pero a veces más determinista que la propia ciencia, de la que también se vale para orquestar los acontecimientos y ofrecer muestras irrefutables a los sentidos, tanto internos como externos.

Tal vez ni siquiera seas una mujer. Tal vez, ni siquiera seas un hombre. Puede que no te anime una vida orgánica; o puede que te animen una miríada de ellas. Podría ser que fueses intangible, invisible, etérea (o etéreo). Pero sigo esperando a que vengas, a que te presentes, sea cual sea tu forma, tu aspecto, tu existencia. Esperando secretamente, envuelto en mi capa de escepticismo. Sólo sé que, si apareces, tendrás un rostro, ya sea físico, invisible, emocional o caótico. Dará lo mismo. Yo sabré reconocerte. Serás un invitado desconocido que dejará de serlo en cuanto me encuentres.

Y, entonces, todo tendrá sentido.

Todo tendrá sentido: el paso de los días, los amaneceres, los anocheceres, las lágrimas, las sonrisas, las luchas, los reencuentros, los desencuentros, las despedidas…cada instante transcurrido.

¡Sí! ¡Cada instante!. El tiempo dejará de atravesarme como si fuese un fantasma, la luz del sol me calentará, la luz de la luna me abrazará, tú me abrazarás. Y yo seré mucho más de lo que ahora soy. No importa lo que pase después. O, mejor dicho, sí importará. Importará mucho más de lo que había importado hasta entonces. Y será importante siempre. No importa que desaparezcas, que te vayas, que te desvanezcas en ese tiempo futuro, contado a partir del momento en el que hayas aparecido. No importará que ya no estés, porque estarás. Porque ya has estado. Porque ya te habré conocido. Y te conoceré para siempre. Y siempre estarás conmigo, aunque creas que te hayas ido.

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