jueves, 22 de enero de 2009

¿Y ahora, qué? : una carta existencialista

Y ahora, ¿qué? Ahora que todo ha terminado. Nosotros ya no somos nosotros, yo no sé si sigo siendo yo, y, desde luego, tú ya no eres tú. Al menos, tu nombre ya no es el que era cuando nosotros éramos nosotros. Tal vez tú sigas siendo tú en ti y en los demás, pero no en mí. Para mí, ya no te llamas María, Lucía, Silvia o Sara. No te llamas Cristina, Ana, Amanda o Laura. Tu nombre ahora es literatura, poesía, memoria, sonrisa. Todos nombres femeninos, sí. Todos femeninos, como tú, pero sin ser tú.

¿Y ahora, qué? Tu vida será otra, o seguirá siendo la misma, amputada por un tiempo hasta que llegue el miembro que reemplace al miembro que se fue. Mi vida no será la misma. El miembro cambiará de estado, de nombre, de apariencia, pero seguirá ahí, y habrá cambiado la fisonomía de mi vida, como la cambiaron en su día los otros miembros. Y, tal vez después, se incorpore un nuevo miembro, que no reemplazará al anterior, sino que se incorporará a esta figura intangible, antropomórfica y multimémbrica que parece fruto de un experimento radiactivo pero que es fruto de un experimento emocional, llevado a medias entre el corazón, el cerebro y vete tú a saber si algún agente externo, ese que dicen que ordena y gobierna las cosas. Ese o eso, vete tú a saber. Qué más da. ¡Qué más da!. Eso digo yo. Y puede que ese nuevo miembro no sea el único nuevo miembro que se una al cuerpo de mi vida. Puede que lleguen más; puede que lleguen más miembros, más piezas que complejicen el puzzle y lo vuelvan irresoluble; o puede que llegue la pieza que complete el puzzle y encaje perfectamente con las demás. Y también puede ser que uno de esos miembros mutados recobre su forma original y, entonces sí, complete el puzzle, un puzzle que será diferente al puzzle que existía cuando llegó. Puede que tú encajes en un momento de mi vida diferente al momento en el que no encajaste. ¿Por qué no? ¿Qué se yo? ¿Qué soy yo para saberlo?

¿Que qué es lo que quiero yo? Quiero que llegue esa pieza, y, hasta que ese momento llegue, quiero seguir jugando. Al fin y al cabo, este es un juego, aunque un juego macabro. Sí, es un juego macabro. Un juego que puede llegar a resultar maravilloso, contradictorio e impredecible mientras se está jugando, pero que se torna irrevocablemente trágico cuando la partida termina. Un juego sin un solo final feliz para ninguno de los que ya terminaron su partida y partieron. En el mejor de los casos, un juego con un final liberador, pero nunca con un final feliz. Este juego es un juego ideado por alguien o algo muy cabrón. Por un auténtico Hijo De Puta. Si Dios es, entonces Dios no es Dios. O, al menos, Dios no es Dios en mí. Así que, a partir de ahora, llamaré a este alguien o este algo, a este cabrón, a este Hijo De Puta, Nadie.

Lo paradójico es que puede que Nadie no sea tan cabrón. Nadie es superior a todos nosotros y es más inteligente que todos nosotros, de eso no cabe ninguna duda. Algo que, todo sea dicho, tampoco resulta muy difícil. Sentirse superior a nosotros no es un motivo de orgullo, es casi una consecuencia lógica de actuar en base a la razón en equilibrio con el corazón, algo que para nosotros resulta del todo imposible. Nosotros no somos capaces de comprender a Nadie. Pero nosotros, con sólo echar una mirada a nuestro alrededor, sí que podemos llegar a comprender los motivos que Nadie tiene para ser un cabrón sólo en apariencia. Los motivos que Nadie tiene para darnos la capacidad de entender que el juego se terminará algún día y de que ya no volveremos a jugar. Y, mientras nosotros pensamos en esas cosas, seguimos intentando sacarnos del tablero los unos a los otros a la menor oportunidad de que disponemos. Algo totalmente insensato una vez que somos conscientes de que, más tarde o más temprano, nosotros también estaremos fuera de ese tablero.

Definitivamente, Nadie no es tan cabrón. Pero, si Nadie no es tan cabrón, tampoco es tan inteligente; si lo fuese, ¿por qué nos habría colocado en el tablero?; quizá lo haga para divertirse. Y, si lo hace para divertirse, no hay duda de que se trata de una diversión cruel y morbosa. Quizá Nadie sí es un cabrón. Un cabrón mucho más cabrón de lo que todos nosotros juntos podamos ser, y un cabrón mucho más inteligente y poderoso de lo que todos los cabrones inteligentes y poderosos que hay entre nosotros puedan llegar a ser actuando en conjunto. Sí, puede que Nadie sea mucho más cabrón que todos esos juntos, incluso aunque añadamos a ese grupo a los cabrones poderosos y no-inteligentes, que, al final, suelen ser los más dañinos de todos.


Pero, quizá, Nadie no sea tan cabrón y nosotros seamos un error de cálculo. Y, si somos un error de cálculo, resultará que Nadie no es tan inteligente y, desde luego, no es ni omniscente ni omnipresente. Y, si Nadie es tan imperfecto como nosotros y no tiene a nadie (por ejemplo, a otro Nadie) que le gobierne, entonces Nadie no es nadie. Y si Nadie tiene a otro Nadie que le gobierne, entonces ese Nadie, o uno de los Nadies que ese Nadie que gobierna a Nadie tiene por encima en el escalafón, es, sin duda, un cabrón. Y, entonces, el Nadie situado en lo más alto del escalafón tiene dos posibilidades de ser: ser un cabrón o no ser (o ser) nadie. Nadie con minúsculas, claro.

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