jueves, 22 de enero de 2009

Ventanas (Mayo de 2008)

Lo que sigue es lo que ha ocurrido desde que abandoné esta real-irreal habitación. Durante un tiempo, con bastante frecuencia, me seguía asomando por la rendija que crea la puerta entornada y observaba los cambios que se van sucediendo a lo largo del tiempo. De su tiempo, que, como el de cada uno de nosotros, trascurre al ritmo marcado por el que lo vive.

Las telarañas comenzaron a aparecer en distintas esquinas de la habitación, tanto en las superiores como en las inferiores.

Las tejedoras de las telarañas fueron ampliando sus respectivas obras hasta que llegó un momento en el que unas obras empezaron a comunicarse con otras, y paredes y techo quedaron tapizados por una masa dúctil, frágil, blanquecina y esponjosa, como algodón de azúcar sin teñir y sin edulcorar.

La luz, que antes penetraba sin obstáculo alguno en toda la sala a través de la rendija de la puerta y las infinitas ventanas que se creaban, se abrían, se cerraban y desaparecían desde y en la nada, en cualquier lugar del interior o en los límites sólidos de la estancia, empezó a tener problemas para alcanzar los rincones más alejados. Hasta allí llegaba trémula, filtrada por los numerosos hilos que ya surgían en todas partes.

Las paredes comenzaron a llenarse de grietas y los fragmentos irregulares de pintura seca, a caer. Las grietas se abrían cada vez a más altura, y los fragmentos caían cada vez desde más arriba.

El yeso del techo empezó a deshacerse, dando origen a una finísima y casi permanente nevada caliza que, si no alfombraba la superficie del suelo, permanecía suspendida en los hilos, atrapada del mismo modo que las partículas luminosas que ya sólo penetraban por la rendija de la puerta y no llegaban a todos los rincones.

No se sabe cómo, pero en el suelo apareció la humedad y, sobre el yeso humedecido del suelo y bajo el yeso seco que caía del techo, comenzó a crecer el musgo. Un musgo que se iba tiñendo de blanco y comenzaba a trepar por las paredes, del mismo modo que lo habían hecho las grietas, y por las telas de araña, acompañando al yeso suspendido y a la luz que cada vez encontraba más obstáculos para avanzar. La luz y la humedad ayudaban al musgo en su escalada. Y así llegó al techo, hasta que lo cubrió por completo y el polvo blanco dejó de caer.

También de un modo inexplicable aparecieron los gusanos. Gusanos de seda, que se alimentaban del musgo cubierto de yeso y que cubrieron de seda las telas de araña. Los gusanos llegaron hasta el techo, se comieron todo el musgo, y el yeso, a veces acompañado de gusanos, volvió a caer.

Las arañas terminaron con los gusanos. El musgo, cubierto de yeso que caía, volvía a crecer y, de nuevo, volvió a llegar al techo. El yeso volvió a dejar de caer.

En algún hueco de la habitación apareció el gorro de lana que había perdido en otra de las realidades en las que también me muevo. La lana se humedeció, se pudrió, como también se pudría la tela de araña, que las tejedoras iban regenerando, y la seda de los gusanos, que ya no sería regenerada. Sobre la lana húmeda y podrida nacieron hongos, blancos también. Los hongos encontraron en el material podrido su sustento y se reprodujeron. Mientras, el musgo llegaba a cubrir y a romper con su peso algunas telas de araña, abriendo ocasionalmente paso a la luz estancada. El musgo y los hongos seguían creciendo. Las arañas comenzaron a desaparecer. Sin yeso que lo cubriese, el musgo empezó a teñirse de verde, su color natural.

Sobre el musgo y los hongos surgían nuevas formas de vida. A través de la rendija de la puerta llegaron, empujadas por una repentina corriente de aire, semillas pertenecientes a otras especies vegetales que, gracias a la humedad y a la luz que iba ganando terreno a las telarañas, fueron creciendo y multiplicándose sobre la base de musgo y hongos. El gorro terminó de descomponerse y pasó a servir de alimento a las especies vegetales. La estancia terminó de teñirse de verde y repleta de nuevos seres vivos que nada sabían del olvido que antes había morado en la habitación y, mucho menos, de la memoria que, antes del olvido, la había ido llenando de objetos inverosímiles y de ventanas que se creaban y desaparecían, se abrían y se cerraban en cualquier lugar.

Finalmente, dejé de mirar a través de la rendija y dejé que las cosas siguiesen su curso en esta realidad que abandonaba en busca de otras realidades que ocupar, y que volveré a llenar…ustedes ya saben de qué.

de cosas inverosímiles y de ventanas que se crean y desaparecen, se abren y se cierran, en cualquier lugar.

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