No esperes nada. La luz cae desde el cielo hacia la alcantarilla sin pasar por nuestro sendero. No esperes que el agua llueva horizontal para refrescar tu rostro marcado de historias afiladas y herrumbrosas. No pienses que el mal augurio seguirá su camino, porque el recibidor de tu casa es blancuzco y huele a carmesí. No abras mi boca: las serpientes de cristal escaparán por entre los huecos de mis dientes astillados y se llevarán consigo los ecos de mis voces venideras. No hagas proselitismo del silencio; miles de serenos yacen ahogados en lo más hondo de la niebla portando sus manojos de llaves de muérdago. No me digas del corazón, que ya se alimenta de piedras para pesar solo un poco menos que la soledad de los perros-lobo. No sanes en mi vientre, pues una crisálida opaca y brillante debe brotar de él. Y, sobre todo, no olvides no vivir en mi muerte, no condenes a todas esas luciérnagas inocentes.
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