martes, 29 de junio de 2010

Un hombre solo

Otro cambio de tiempo. Y otro ánimo diferente. A veces pienso, en un alarde de egocentrismo extremo, que son mis cambios de temperamento los que rigen las alteraciones climáticas de ese mundo propio que me rodea allá donde voy y dondequiera que estoy. El fin del nosotros trajo el vacío tangible a mi alrededor y la distancia sideral respecto a las otras atmósferas y las otras existencias cuya -discutible- realidad percibo con mis sentidos externos pero discurren paralelas y ajenas a los sentimientos, que, fisonómicamente hablando, detiene en ambos sentidos la piel que limita físicamente (y ahora psíquicamente) mi yo. La calle parece inalcanzable al otro lado de la ventana y, aun cuando en un momento no muy lejano traspasaré el umbral de la puerta de entrada y percibiré el aire frío rodeándome y los sonidos luchando por penetrar en mi mente a través de los pabellones auditivos, la nula afección que todo ello me produce es la misma que la de un mundo prestado, inventado, de cartón piedra; la misma afección (nula) que un escenario de teatro produce a alguien que no aprecia ni pierde su tiempo con las formas de expresión artística. Los escenarios en los que se representaban las películas expresionistas de comienzos del siglo pasado tienen mucha más influencia en mí que estas personas y animales que hablan y que caminan, que estos árboles que se agitan y de los que sólo racionalmente sé que están vivos a través de sus movimientos o del sonido que emiten. El tiempo -mi tiempo- transcurre sin importancia ni valor; el tiempo -mi tiempo- cambia sin importancia de manos, y dudo seriamente de que en algún momento llegue a ser realmente mío. Los hechos se convierten en invenciones dentro de mi realidad individual, e incluso el cuervo disecado que preside a mi espalda esta biblioteca colmada de pequeños mundos intagibles pero más reales en mi realidad que aquellos que acabo de describir parece mostrar más interés en ellos que yo.

A cambio de una sonrisa te pido que me devuelvas un pedazo de vida. A cambio de una sonrisa te pido que me traigas de vuelta durante un instante, un instante como ese instante de lluvias torrenciales y vientos huracanados que nos arrastraba, jugando con nuestros cuerpos, hacia el mar encrespado a través de una masa de arena que empezaba a inundarse dentro de su proceso de conversión al barro. Una transformación gradual esa, no como el apagón repentino e inesperado que supuso tu desaparición y, por ende, la mía.

La creencia de que este mundo de ahora es ficción me hace dudar sobre la credibilidad del mundo en que viví (o en el que creo haber vivido) en el pasado, cuando mis pies y el cuerpo que sustentaban se movían en los espacios y en los tiempos de otros, acompañando su paso rítmicamente y ejecutando, en ocasiones, irreproducibles bailes de vitalidad. Si supongo que todo ese mundo vivido era un juego, ¿no son acaso los juegos meras abstracciones ficticias? ¿Cuán real es la experiencia de las emociones en comparación con la experiencia de los sentidos? A los mundos creados en la mente por la imaginación siempre les faltará tangibilidad mientras que el mundo tangible a través de los sentidos siempre carecerá de imaginación e idealismo; el mismo idealismo que sería vivir en un mundo completo en ambos sentidos. Elijamos el camino que elijamos, siempre caminaremos cojos, lo hagamos solos o acompañados, en el sentido fictio o en el real, ninguno de los cuales sabría distinguir del otro en este momento que llamo ahora por darle una ubicación, una referencia para que vosotros, posibles lectores, encontréis un punto de apoyo para vuestras miradas y vuestras mentes. "Ahora" podría llamarse "ayer", "hace un rato" y, posiblemente, también pueda terminar llamándose "mañana", lo cual os resulte, posiblemente, desesperanzador.

Las incompatibilidades e incongruencias convierten a la vida en una enorme cárcel de transparente cristal; una cárcel extremadamente grande y con unos límites extremadamente lejanos, tan lejanos como para que podamos albergar alguna esperanza de traspasarlos. Con unos límites tan extremadamente lejanos que llegan a proporcionarnos una ilusoria imagen de libertad que, sin embargo, llegamos a creernos. Es todo una cuestión de relatividad, una cuestión de comparación entre nuestras dimensiones y las suyas.

Pero la cárcel, como tal, tiene unos límites cuya existencia siempre recordamos cuando topamos, dolorosamente, con ellos. En mi caso, en este "ahora", siento que esos límites se han reducido a mi alrededor, que se han reducido tanto como para fusionarse con los límites de mi propia persona, que ahora es una figura antropomórfica de cristal irrompible e invisible, imposible de romper desde su interior.

Tal vez continúe en otro momento que, para vosotros, llamaré "más tarde", "mañana" u "otro día".

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